Adiós al último romántico de la política: muere José ‘Pepe’ Mujica a los 89 años
A los 89 años, el hombre que se volvió leyenda en vida decidió irse, tal como lo había anticipado en enero: “Hasta acá llegué”.

Fue el presidente más austero del mundo, el campesino que dormía con sus perros en una chacra modesta mientras gobernaba un país. Fue el guerrillero, el preso, el filósofo callejero, el sabio. Y sobre todo, fue humano. Su partida, anunciada este martes por el presidente uruguayo Yamandú Orsi, deja a América Latina un poco más sola, pero profundamente agradecida.
José Mujica no tuvo una vida fácil ni la quiso fácil. A los 26 años ya empuñaba las armas en el Movimiento de Liberación Nacional-Tupamaros. Recibió seis balazos, estuvo preso durante más de una década, enterrado vivo en celdas donde apenas cabía su cuerpo. Domesticó ranas. Habló con los ratones. Resistió. Y cuando salió, no pidió venganza. Pidió democracia.
Desde 1994, fue parte de la política institucional: diputado, senador, ministro. En 2010 se convirtió en presidente de Uruguay con el 55% de los votos. Pero nunca se alejó de su esencia: no usó trajes caros, donó la mayor parte de su salario, y siguió manejando su viejo Fusca. En cada foro internacional, Mujica desarmaba discursos con una lucidez brutal y una ternura desarmante. Hablaba de amor, de consumo responsable, de humanidad. Fue, como muchos dijeron, un “oráculo de la sencillez”.
“No cambié un carajo, pero estuve entretenido”, dijo alguna vez, con esa mezcla de resignación y esperanza que lo hacía tan real. “Moriré feliz. Gasté soñando, peleando, luchando. Me cagaron a palos y todo lo demás. No importa, no tengo cuentas para cobrar”.
Pepe Mujica murió, sí. Pero queda su voz ronca, sus ojos sabios, su manera tozuda de creer que un mundo más justo es posible. Hoy, Uruguay llora. América Latina se inclina. Y el mundo despide al último romántico de la política.
Hasta siempre, Pepe. Nos enseñaste que vivir con poco puede significar vivir con todo.